Quizá por ello, uno de los peores ratos de su vida fue el 14 de diciembre de 1986, en un partido contra el Espanyol, cuando un agarrón de la defensa contraria dejó sus genitales a la vista, siendo inmortalizadas sus partes nobles en una foto publicada por Diario 16. El pitorreo fue mayúsculo y el jugador, pese a estar abochornado, dio la cara ante la prensa, con la que siempre ha sido respetuoso.